Monday, October 27, 2008

Necrónica



Bañada en sudor, la joven reportera salió del ascensor en el piso cinco del Congreso del Estado, y con el gesto de quien huye desesperadamente de la muerte, miró a quienes aguardábamos la llegada del artefacto para acudir a la sesión de comisiones que se realizaría ese medio día cinco pisos más arriba.

Bastaba verla para saber que algo andaba mal. Su mirada frenética y las manos temblorosas tras una carrera que sólo ella sabe dónde comenzó, mientras con una voz desgastada por el esfuerzo interrogaba con irracional vehemencia “¿dónde está el muerto? ¿Dónde está?”.

La joven no sólo no huía de la muerte: la buscaba con ahínco.

Si acaso habían pasado 20 minutos.

La joven dio unos pasos accidentados hacia la ventana que mostraba una parcial panorámica de la avenida Matamoros al poniente, hacia la avenida Juárez y el Cerro del Topo Chico en el fondo cerrando el cuadro, pero no lograba ver nada.

Ella misma no podía explicar nada con su respiración entrecortada y la hiperventilación del demonio.

Finalmente recuperó el aliento: “Un tipo se acaba de matar”.

Las puertas de acero del ascensor volvieron a abrirse.

Subía.

***




Una mujer del servicio de mantenimiento lo vio todo, al menos eso cuentan los empleados del Congreso y elementos de seguridad que fuman en las escaleras de emergencia contemplando en todo su esplendor la escena.
Que si la limpieza, que si la casualidad, lo que haya sido, el hecho es que se encontraba en el pasillo principal de la novena planta cuando a lo lejos vio que en lo alto de un estacionamiento sobre la avenida Matamoros, una calle más al poniente del Congreso, un joven daba un paso al vacío y caía a su muerte.
“La estaba buscando la policía, porque ella fue la que nos dijo todo, después nosotros llamamos a la patrulla y ya fue que vinieron todos”, narra una de las empleadas con un cigarrillo en la mano.
Las palabras son escasas. Frases cortas cargadas con monosílabos y un tono solemne como quien está en un velatorio, aunque el cadáver esté al menos a 500 metros de distancia a esa altura.
La muerte se ve mejor desde el piso 10, no cabe duda, y también se siente extrañamente
cercana. Ahí está él: tirado en el suelo y cubierto con una sábana, inmóvil e inerte.
Desde las escaleras puede verse claramente cuando los elementos de Servicios Periciales, esos hombres vestidos de blanco, se acercan y levantan ligeramente la sábana para ver el cuerpo. Es él: el mismo hombre que menos de media hora antes movía los brazos y las piernas como bailando en el aire, el mismo que los empleados del Congreso no pueden ahora dejar de mirar.
Y las preguntas habituales para el caso: “¿Cómo pudo hacer eso?”.
Nadie responde y prefieren seguir fumando.
***



Para entonces los diputados sesionaban en la Comisión de Educación, Cultura y Deporte, pero a nadie la importaba: la ventana poniente del piso 10 se llenaba de personas como niños en vitrina de confitería.

Y las fotos, las videocámaras que nadie sabe de dónde salieron, las miradas absortas y el humor negro… mucho humor negro.

“Es el diputado Fulano, ya le dijeron que no le van a dar la candidatura del municipio Sutano” y etcétera.

También las frases sentimentales: “¡Qué horror…! ¿Cómo puede alguien hacer algo así?”.

Un piso más arriba un trabajador demostraba que el zoom de su videocámara no era poca cosa: “Puedo decirte de qué marca el pantalón que trae puesto si quieres”.

Todas las frases necrófilas que pueden decirse en la salvedad de la distancia, en el lugar seguro que da el hecho de ser ajenos, no estar ahí pero tener derecho de panorámica y de aprovechar los acercamientos de cuanta cámara digital había en el lugar para retratar el cadáver cuando los de Periciales retiran la manta y dejan el cadáver totalmente expuesto, el joven recostado bocabajo, muerto, después de caer siete pisos.

Era joven, como la mayor parte de quienes lo observábamos a lo lejos.

Los diputados sesionaban a unos cuantos metros sin darse cuenta de lo sucedido y sin que a nadie le importara.

Minutos después, una vez que los forenses cargaron con él, tampoco el cadáver les importó.

***
Crónica publicada en
MILENIO Diario de Monterrey
el 27 de agosto de 2008