Historia de la invisibilidad
La historia es la de una jovencita de 19 años. Su nombre pudiera ser cualquiera, así como su contexto, quizá lo único importante al caso es que vive en Monterrey, es hija de familia y comparte techo con sus padres y un hermano. También –por cierto– es lesbiana.
Su anécdota comienza con un descuido al salir de su cuarto para tomar un baño; sobre su cama, la joven deja olvidado un libro cuyo título no deja lugar a dudas sobre el tema que trataba: “Papá, Mamá, soy gay”.
Fue su hermano quien tuvo la suerte de encontrarlo y quien tomó la decisión de contarle a su madre, y de ahí fue donde vino toda la cadena de sucesos: la llamada al padre a su trabajo, la plática padre – hija, y por supuesto, la pregunta.
“Hija, ¿tienes algún problema sobre tu orientación sexual”.
Pero el alboroto ya había estallado y la presión estaba ahí. “No, papá”, respondió ella.
Entonces el abrazo paternal, el primero que recibía en su vida. “Qué bueno, porque te puedo decir que con todos mis años no conozco un solo gay que sea feliz”.
Luego el psicólogo, la terapia, los intentos por “curar” a la pobre enferma desdichada que de un modo u otro tenía que aliviarse del terrible mal que la aquejaba y que desde niña le hacía sentir un impulso hacia las personas de su mismo sexo.
Otra joven igual hace años le confesó a su madre ser gay. La mujer llevó a su hija a la iglesia y la obligó a hincarse frente a una figura religiosa: “Anda, prométele a la Virgen que ya te vas a portar bien”, dijo la madre entre imperativa y acongojada.
El tema de fondo en la situación es el mismo que en otros casos, y que marca una diferencia con la circunstancia de un hombre atraído por los de su sexo.
“Es el silencio”, dice Mariaurora Mota Bravo, presidenta de la organización civil Género, Ética y Sexualidad, “el silencio y la ignorancia; nadie sabe de su sufrimiento, el aislamiento es muy tortuoso, silenciar tu vida tiene una implicación enorme en la salud mental de la gente”.
La activista de los derechos de los gays se refiere al tipo de violencia que reciben las mujeres por sus preferencias no heterosexuales y que a diferencia de la que reciben los hombres, no se aboca tanto al maltrato físico, a la homofobia manifiesta mediante golpes y humillaciones verbales, sino a la violencia que surge de la invisibilidad, el aislamiento y la aceptación aun menor a la que sufren los homosexuales hombres.
La violencia y el rechazo son psicológicos.
“De las mujeres, el mayor problema es la invisibilidad, a nosotros como organizaciones nos cuesta mucho encontrarlas, sin embargo sabemos que hay muchas, pero muchas de las mujeres están, digamos, en el clóset”, apunta Mota.
Según estándares internacionales y estudios en México, aproximadamente un cinco por ciento de la población femenina presentan preferencias lésbicas. En el caso de Nuevo León, este dato implica que de los alrededor de dos millones 108 mil mujeres que lo habitan, 105 mil 500 son lesbianas.
Se estima que el diez por ciento del total de la población mexicana es homosexual, ya incluyendo hombres y mujeres.
Sin embargo, esta cantidad no impacta en la visibilidad de estas mujeres, pues según Mariaurora Mota, lo factores culturales son aún más determinantes con esta fracción de las minorías sexuales.
“La gente cree que no existimos”, dice Virginia Ponce, presidenta del organismo civil LES, “la gente cree que no existimos, pero es increíble la cantidad de gente que te puedes llegar a encontrar y que no representan toda la población lésbica, esa es la población que sale, es inmensa la población que no sale, la que está en el Chat ahorita, es inmensa”.
Durante el fin de semana, GESS Y LES coordinaron el primer Encuentro de Mujeres Lesbianas y Bisexuales, donde se realizaron talleres, conferencias y ejercicios para la autoaceptación, un mayor conocimiento y encuentro, pues todo ello siguen siendo limitantes importantes para este sector social.
En estos casos, el problema no sólo se limita a la población en general, sino al mismo movimiento gay donde las mujeres quedan fuera de la escena, pues quienes dan imagen pública a las marchas, a las conferencias, a los eventos en general, son los trasvestis, las “drag queens”, los afeminamientos extremos, los hombres al fin.
La salida que ambas activistas ven es la aceptación, la decisión de luchar por los derechos y sobre todo, romper con la invisibilidad y la culpa que las condena.
“En una mujer es más difícil, mucho más difícil”, sentencia Virginia Ponce.
Milenio, 13 de noviembre
Su anécdota comienza con un descuido al salir de su cuarto para tomar un baño; sobre su cama, la joven deja olvidado un libro cuyo título no deja lugar a dudas sobre el tema que trataba: “Papá, Mamá, soy gay”.
Fue su hermano quien tuvo la suerte de encontrarlo y quien tomó la decisión de contarle a su madre, y de ahí fue donde vino toda la cadena de sucesos: la llamada al padre a su trabajo, la plática padre – hija, y por supuesto, la pregunta.
“Hija, ¿tienes algún problema sobre tu orientación sexual”.
Pero el alboroto ya había estallado y la presión estaba ahí. “No, papá”, respondió ella.
Entonces el abrazo paternal, el primero que recibía en su vida. “Qué bueno, porque te puedo decir que con todos mis años no conozco un solo gay que sea feliz”.
Luego el psicólogo, la terapia, los intentos por “curar” a la pobre enferma desdichada que de un modo u otro tenía que aliviarse del terrible mal que la aquejaba y que desde niña le hacía sentir un impulso hacia las personas de su mismo sexo.
Otra joven igual hace años le confesó a su madre ser gay. La mujer llevó a su hija a la iglesia y la obligó a hincarse frente a una figura religiosa: “Anda, prométele a la Virgen que ya te vas a portar bien”, dijo la madre entre imperativa y acongojada.
El tema de fondo en la situación es el mismo que en otros casos, y que marca una diferencia con la circunstancia de un hombre atraído por los de su sexo.
“Es el silencio”, dice Mariaurora Mota Bravo, presidenta de la organización civil Género, Ética y Sexualidad, “el silencio y la ignorancia; nadie sabe de su sufrimiento, el aislamiento es muy tortuoso, silenciar tu vida tiene una implicación enorme en la salud mental de la gente”.
La activista de los derechos de los gays se refiere al tipo de violencia que reciben las mujeres por sus preferencias no heterosexuales y que a diferencia de la que reciben los hombres, no se aboca tanto al maltrato físico, a la homofobia manifiesta mediante golpes y humillaciones verbales, sino a la violencia que surge de la invisibilidad, el aislamiento y la aceptación aun menor a la que sufren los homosexuales hombres.
La violencia y el rechazo son psicológicos.
“De las mujeres, el mayor problema es la invisibilidad, a nosotros como organizaciones nos cuesta mucho encontrarlas, sin embargo sabemos que hay muchas, pero muchas de las mujeres están, digamos, en el clóset”, apunta Mota.
Según estándares internacionales y estudios en México, aproximadamente un cinco por ciento de la población femenina presentan preferencias lésbicas. En el caso de Nuevo León, este dato implica que de los alrededor de dos millones 108 mil mujeres que lo habitan, 105 mil 500 son lesbianas.
Se estima que el diez por ciento del total de la población mexicana es homosexual, ya incluyendo hombres y mujeres.
Sin embargo, esta cantidad no impacta en la visibilidad de estas mujeres, pues según Mariaurora Mota, lo factores culturales son aún más determinantes con esta fracción de las minorías sexuales.
“La gente cree que no existimos”, dice Virginia Ponce, presidenta del organismo civil LES, “la gente cree que no existimos, pero es increíble la cantidad de gente que te puedes llegar a encontrar y que no representan toda la población lésbica, esa es la población que sale, es inmensa la población que no sale, la que está en el Chat ahorita, es inmensa”.
Durante el fin de semana, GESS Y LES coordinaron el primer Encuentro de Mujeres Lesbianas y Bisexuales, donde se realizaron talleres, conferencias y ejercicios para la autoaceptación, un mayor conocimiento y encuentro, pues todo ello siguen siendo limitantes importantes para este sector social.
En estos casos, el problema no sólo se limita a la población en general, sino al mismo movimiento gay donde las mujeres quedan fuera de la escena, pues quienes dan imagen pública a las marchas, a las conferencias, a los eventos en general, son los trasvestis, las “drag queens”, los afeminamientos extremos, los hombres al fin.
La salida que ambas activistas ven es la aceptación, la decisión de luchar por los derechos y sobre todo, romper con la invisibilidad y la culpa que las condena.
“En una mujer es más difícil, mucho más difícil”, sentencia Virginia Ponce.
Milenio, 13 de noviembre
2 Comments:
éste también guta.
Vivir en esa invisibilidad debe ser bien pesado. Buen artículo
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